Thursday, December 28, 2017

Post 43. La vida, el mundo y la diabetes se explica en términos barrocos.




¿Ustedes conocen el soneto de Quevedo que empieza con el verso “Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra"? Este es uno de mis poemas preferidos del barroco, y yo, será deformación profesional si quieren, pero entiendo la vida en base a la cultura barroca. El barroco explica el mundo. En ese poema Quevedo nos dice, con un lenguaje que no hay alma que entienda, que aunque la muerte le haga cerrar los ojos, aunque tenga que cruzar el lago de la muerte, su vida habrá tenido sentido porque él vivió un amor más fuerte que el que nadie sintiera jamás. Termina diciendo que sus cenizas tendrán sentido, pues serán polvo enamorado. Qué maestro ¿no?

Ahora les explico por qué empiezo hoy con mi párrafo de literatura barroca. No sólo porque me gusta, sino porque también describe lo que yo he pasado en los últimos 10 días. El barroco explica el mundo. Hace diez días me operaron del hombro aquel que les conté me estaba dando guerra. La operación tuvo lugar en el centro quirúrgico ambulatorio de la universidad y en general fue bien.

En preparación de la operación y por consejo de mi endocrino, yo llevaba unos días utilizando dos unidades de Levemir por la mañana y había reducido la parte proporcional de mis basales durante doce horas al día. Además había practicado ayuno durante los tres días previos a la operación para asegurarme de encontrar el punto de parámetros perfecto para la cirugía. Intentaba reproducir las condiciones que tendría el día 19 para entrar a quirófano en un 120 estable y cristalino. Con la Levemir, pretendía tener un plan B por si durante la operación el anestesista se asustaba con una bajada y me desconectaba la bomba. Si estaba mucho tiempo sin bomba, corría peligro de una cetoacidosis, y nadie quiere eso ¿verdad? Bueno, pues ese era el plan, del dicho al hecho, un trecho. Ya metida en el coche a las 5:30 de la mañana y camino del hospital, entré en hipoglucemia y ni corta ni perezosa empecé a re-chupar un sobrecito de gel de glucosa que dejaba se deshiciera en mi boca sin tragar nada. Como no esperaba la hipoglucemia, y con los nervios de la operación se me fue la mano y entré la hospital en 200 con dos flechas hacia arriba.  Aquello ya era imposible, la hiperglucemia y la angustia por ésta  se iban retroalimentando y ya cuando la enfermera me puso la vía del suero, rocé el trescientos. Para el momento en que entró el anestesista, yo ya estaba con ganas de llorar. Éste resultó ser un médico suave que se complementaba bien con el traumatólogo, más cercano al médico tipo marine de fuerzas especiales, o legionario. Discutí el uso de la insulina con el anestesista, y él me tranquilizó y me dijo que sólo pondría insulina si pasaba de 300 y no más de una unidad cada vez. No entré en detalles sobre mi páncreas artificial, ni mis parámetros, pero él me dejó meter todo el equipo conmigo en quirófano. El páncreas me ayudó a salir de quirófano en 240, pero no logró devolverme al 105 habitual.

Después de la operación, yo tuve una reacción inusitada a la anestesia y estuve prácticamente inconsciente durante 24 h, y apenas despierta durante tres días. Sin comer, ni beber, en 250 continuos vomitaba cuanto bebía. El Bra mantenía el contacto telefónico con los enfermeros del hospital que no creían que estuviera en cetoacidosis porque no pasaba de 250. En casa, yo hacía controles de acetona y para mi sorpresa aparecían bajos. El plan originario era aumentar las basales después de la operación un 50% para lidiar con el estrés físico de la recuperación, pero estaba yo como para cálculos, y no era ni capaz de decirle al Bra cómo hacer los cambios. El seguía poniéndome bolos de insulina con la opción de hidratos de Loop y así iba sobreviviendo.

En un micro momento de lucidez durante esta Odisea, pensé que no llegaría a ver la luz del día siguiente. Pensé que había llegado mi hora y tras una angustia insoportable que me salió directamente de los intestinos, recordé el verso de Quevedo “serán cenizas, más tendrán sentido, polvo serán más polvo enamorado”. Asumí que me moría y me dejé sabiendo que había vivido feliz y contenta. El Bra casi me saca de la cama de una patada en el trasero cuando le dije que me moría y me metió un hielo en la boca con orden de chupar hasta que se deshiciera.

Después de tres días empecé a recuperarme, me tomé un caldo, cambié mis basales, comí un poquito y para el sábado, cuatro días después de la operación ya estaba casi recuperada al 100%, o eso creía. ¡Sorpresa! El domingo empecé con fiebre y el lunes pasé el día en el hospital con un diagnóstico de Gripe A.

En esta segunda fase del infierno, tenía fiebre constante, nunca menor de 38.5 grados y vomitaba cuanto entraba por mi boca. El Bra, más preocupado que harto y a punto de esconderse en un rincón en posición fetal y con el pulgar en la boca, me metió en el coche y me llevó al hospi. Era el día de Navidad. La sala de espera estaba a reventar llena de otros griposos como yo y yo, una vez más me sentía morir. En el hospital de Encinitas no sabía si me estaba deslizando en la laguna Estigia o debía mejor tirarme en plancha y acabar con todo de una vez por todas. Por la gloria de mi madre que era más despojo que cuerpo. Tres horas pasé sentada en esa silla de torturas del hospital. Iban llamándome para hacerme pruebas: análisis de sangre, muestras de la nariz, etc. y me dieron Zofran, una medicina para calmar la náusea. Mi páncreas con 50% más de basales se mantenía entre 105-130 como un campeón. Para cuando me tumbaron en una cama y llegó el médico a verme, yo estaba tan cansada y tenía tanto frío que sólo quería volver a mi cama y desaparecer del mundo.  Dos litros de líquido intravenoso, antitérmicos, un antigripal milagroso, y más Zofran. El médico quería ingresarme si no aguantaba el líquido, y yo negaba la realidad evidente porque sólo quería volverme a casa “No doctor, si yo sólo pasaba por aquí, ¿pero se ha creído usted lo que le ha dicho éste (mi marido)? A mí sólo me dolía un poco la cabeza, ya me siento mejor…”

El antigripal hizo maravillas, y aunque aun me siento enferma, ya empiezo a vivir de una forma más normal. El legionario también se portó como un campeón y me ha dejado el brazo como nuevo, puedo subirlo, bajarlo, estirarlo, bailar los pajaritos, los gorilas y “who let the dogs out”… y todo sin ningún dolor. ¿Ven lo que les digo? el doctor suavito casi me mata con el éter y el novio de la muerte me deja el hombro niquelado, nada es lo que parece, en la vida como en el barroco. Las apariencias engañan; el riley, la bomba, el G5… la metáfora, la exageración, la alegoría; hipérbaton ilegible…  Linux gongorino; carpe diem, tempus fugit, beatus ille… sudo, bash, cd; y la paradoja… ay la paradoja…

Monday, December 4, 2017

Post 42. Joe macho, aquí llega un poco másp de Fiasp

Cuando yo conocí al Bra el muchacho no podía juntar ni dos palabras en español, pero poco a poco se hizo con una de las coletillas que, supongo, más escuchaba por ahí: "joe, macho". A mí no me hacía ninguna gracia, porque que él lo repitiera suponía que había tenido una cantidad de input increíble (es decir, que lo había escuchado tropecientas veces), y yo sólo pensaba "joe, macho con el 'joe, macho'". Qué vulgaridad, qué macarrada, qué horror.

La diabetes es la enfermedad del "joe, macho". Miren que hoy me lanzo a escribir diabetes con minúscula. Había decidido escribirlo con mayúscula hacía un tiempo por darle la importancia que se merecía en el blog, pero hoy, entre Fiasp y mi Loop, creo que voy a bajarle los humos a la señorita diabetes y la voy a escribir con una d chiquirriquitina, joe macho cómo me estoy enrollando hoy. Pues ya les decía que con Fiasp mis necesidades de insulina bajaron un montón. Ahora me pongo mucha menos, lo cual es un descanso, porque con el precio que estoy pagando por la novedad, la insulina de las narices (o del páncreas) me podría arruinar... joe, macho.

Otra cosa que les cuento, es que Fiasp está haciendo un trabajo impecable. Mis desayunos, por ejemplo, siempre han sido un RETO con mayúsculas, y por lo que hablo con  mis amigos y conocidos con diabetes, es el problema de mucha gente. Antes de Fiasp, yo temporizaba el desayuno con la ida al colegio de mis hijos. Su cole está a exactamente 7,5 minutos de mi casa andando, y el camino es cuesta arriba. La mayoría de las veces podía parar la flecha arriba con la caminata de ida y empezaba a bajar cuando llegaba a casa después de la vuelta. Esto, ya saben, no siempre funcionaba... joe, macho.

Cuando empecé con Fiasp me encontré con que después del desayuno subía como mucho a 140, y lo hacía tranquilamente. Después y rapidito, bajaba de nuevo a 105 como si nada. Para evitar la hipoglucemia del camino ahora, me subo los objetivos de la mañana a 120-130, y con eso manejo bien la caminata. Cuando voy apurada de tiempo, simplemente no subo objetivos y llevo a los niños en coche. Suelo llegar a la universidad en rango, lista para el abordaje. Lo único que se me ocurre añadir a esto es que hay que ver lo que han tardado en sacar una insulina así, y lo que todavía nos queda para verla en (e)Spain o los (e)States... joe, macho.
Miren esos 40 gramazos de hidratos que me ventilé hoy para desayunar y qué bien han respondido a Fiasp

Fiasp tiene otro efecto bastante deseable y por el que estoy muy agradecida a la ciencia: he disminuido un montón mis hipoglucemias; claro, ahora que ya le tengo el punto cogido. Antes de Fiasp tenía más o menos entre 2 y 5 por ciento de hipoglucemia. Me refiero a números por debajo de 70. Ahora, no sólo bajo de 55 rarísimas veces, sino que además, tengo un 1% de hipoglucemia. Verán que no sé si es la estrella en el trasero de la que les hablaba en el último post o la eficacia de Fiasp, pero la cosa resulta sospechosa. Ni "joe, macho" ni nada, las cosas como son.

Aquí tienen la prueba. Estas son mis últimas semanas desde que empecé con Fiasp (valores entre 70-180)

...y no crean que no he sacado los pies del tiesto estos días. Yo llevo, generalmente, una dieta baja en hidratos de carbono. Intento que no sean procesados y los manejo en función de las grasas y proteínas que ingiero con ellos. Soy de la opinión también de que hay que vivir la vida tan feliz como se pueda y a veces, como ya sabrán si siguen mi blog, me doy un homenaje. El fin de semana pasado me zampé las "French toast" de limón y coco que venían en el menú de Breakfast Republic. Media porción, que a pesar de ser media podía haber alimentado a una familia española de cuatro miembros, al completo. Conté 45 gramos de hidratos, no me puse sirope porque ya era bastante dulce sin ello y conseguí pasar la mañana con un paseo de camino a casa (10 minutos caminando del restaurante hasta mi chabola) y un 160 máximo. El problema de esto, es que como los deslices sigan sin pasar de 160, yo me voy a pasar tres pueblos recuperando el tiempo perdido y voy a hacer que me dé un jamacuco no por diabetes pero por entripado profundo... joe, macho; joe, macho; joe, macho.
Las culpables del jamacuco



La gráfica 40 minutos después del desayuno