Pues
estas son mis últimas aventuras con Fiasp y mi páncreas artificial, y les
confieso que casi ni me atrevo a publicar porque todavía me siento bastante
incompetente.
Los
antecedentes primero. Hace aproximadamente un mes me puse enferma. El típico
catarro que una coge de sus hijos, que a su vez se lo traen del colegio. Mi
problema es que estos catarros otoñales siempre me atacan al pecho y me pongo
con un asma que me deja amargada. Subo las escaleras y me ahogo; me acuesto y
empiezo a toser; me río y tengo que usar el inhalador de rescate. Un
cuadro. Como ya saben además, yo soy una
paciente terrible, entonces, cuando me entra el asma me auto-medico (qué
peligro, ¿verdad, papá?) Utilizo un inhalador con corticoide de mantenimiento
dos veces al día, antes de lavarme los dientes, y el de rescate cada cuatro
horas o según lo necesite. Uno de los problemas del corticoide, además de
ponerme como una moto y no dejarme dormir, es que mis glucemias se disparan con
una resistencia a la insulina enorme. En esta ocasión tuve que subir mis
basales y bajar mis sensibilidades una barbaridad. Un par de semanas después
de empezar con el asma, empecé con Fiasp y se me lió el asunto. No me
descompensé ni nada parecido, pero manejar todas estas medicaciones al mismo
tiempo, y todas auto-prescritas, tiene su qué-sé-yo de complicación. Ya les
digo que yo soy la típica paciente-dolor-en-el-cuello o toca-winchis.
Pues
esta última semana me sentía como una rosa y abandoné el corticoide. Y no sólo
eso, estaba de vacaciones de Acción de Gracias y el Bra y yo tiramos la casa
por la ventana y nos fuimos con los niños en 4 vuelos de última hora a Hawaii a
pasar las fiestas. Ea, a vivir que son dos días. ¿Consecuencias para mi
Diabetes? Varias, en primer lugar una hipoglucemia casi continua que me ha
hecho ponerme ciega de caramelos skittles, y zumos de guava y lilikoi (fruta de
la pasión) para envidia de mis hijos. No quiero ni imaginarme las calorías que
me he metido entre pecho y espalda en esta última semana. Los dos últimos días sin
embargo, ya conseguí ajustar los nuevos números y me sentí mucho mejor. Desde
que he empezado a trabajar además me siento mucho más estable, hasta el punto
que les voy a enseñar la foto de las últimas tendencias, porque me siento más
que orgullosa de éstas.
Estos son los dos últimos días, si meto más días se me desmorona el cuadro, así que me van a permitir que farde un poco de esto. ¡Y no he hecho nada! Mi páncreas él solito, pim pam pim pam.
El
segundo problema que he tenido se resume en cuatro palabras: “teléfono en la
piscina”. ¿Se acuerdan que el año pasado les hablé de la pisci de infarto de
mis suegros? Pues ahí que fui yo a poner los pies en remojo cual vieja española
típica y el teléfono se me escurrió del bolsillo. Lo rescaté de inmediato, lo
sequé con el aire frío del secador, lo apagué y lo encerré en una bolsa con
desecante durante toda la noche. Lo del desecante lo aprendí de mi gemelo que
me dijo una vez que ni se me ocurriera meterlo en arroz. Parece que el polvillo
luego destroza las tripas del aparatejo. Estaba acojonadita perdida, no les voy
a mentir. Mi teléfono tiene un sistema operativo medio antiguo (10.3.3) y sé
que con los 11s, el cotarro no funciona tan bien. En los EE.UU. ya no se venden
teléfonos con el 10.3.3. y Apple ya no permite descargárselo tampoco. Pasé una
cena de Acción de Gracias maldiciendo mi mala suerte y sin comerme las delicias
que me plantaron mis suegros delante de la nariz. Lo de la mala suerte sin embargo es un decir.
Yo en el fondo nací con una estrella en el trasero. Mis padres piensan que es
mi hermano mayor el que salió afortunado, pero se está demostrando una y otra
vez que la suertuda soy yo: A la mañana siguiente mi teléfono funcionaba.
Por este orden les presento la cazuela de judías verdes, las batatas con arándanos, el relleno del pavo y los rollos de pan dulce hawaiiano. Toda esta comida que yo sólo olisqueé en la noche fatídica.
El
viernes negro, después de Acción de Gracias y con todo arreglado, me zampé un plato de restos de comida
americana tradicional que ni Trump se había comido en la White House. Mi
páncreas, muy bien mandado, lo gestionó todo como un profesional. Esa noche además, mi
última en Hawaii, yo me sentía pletórica. Ya saben que cuando triunfo con mi
páncreas sale de mí una Elena extra feliz y exaltadora de la amistad, la
alegría y la buena vida. Salimos a cenar con mis suegros y mi familia y allí
mismo, en el club de golf donde Barack Obama tira bolas durante las vacaciones,
me arranqué y me canté un “Feliz Navidad” con la banda más “happy” que un regaliz. El Bra no
me reconocía, pero él sabía que en ese “feliz navidad” que yo gritaba
desacompasada en realidad decía “¡chúpate esa Diabetes, que he arreglado mi
páncreas y hoy como postre, que con mi Fiasp lo tengo todo bajo control!”
Antes
de terminar y enseñarles la prueba de que lo que cuento es verdad como la vida
misma, quiero recomendarles dos blogs de lectura obligada. Los dos son de
usuarias de páncreas caseros, amigas mías y cada uno tiene un estilo particular. A falta de
artículos de revistas científicas sobre el asunto, esto es lo mejor que tenemos
para aprender sobre cómo funcionan estos sistemas:
http://www.mamapancreas.com/?p=211
Aquí lo tienen, real como la vida misma. Y aunque admito que me da un poco de vergüenza plantarlo aquí, me siento tan orgullosa de tenerlo todo arreglado y ver esa línea verde en mi Nightscout, que me lanzo sin pudor ninguno y lo comparto con el personal. En palabras de César Chávez "sí, se puede". No se pierdan la bolsa colgando con el teléfono y los desecantes. Eso sí que no lo han visto nunca en Midpac Golf Club.