Les advierto, antes de leer, que hoy no les digo nada importante, sólo les vomito aquí un montonazo de palabrotas sin sentido ninguno, porque hoy he perdido la razón, estoy enajenada y obsesionada. El resto, bajo su propia responsabilidad. ¡Supermán, chorizo con pan...!
Punto número 1: A Santa Claus habría que ponerlo a dieta, porque el menda tiene
un barrigón que si no lo han diagnosticado ya, poco le falta. Mi hija dice que
este año le vamos a poner fruta en vez de galletas y mi hijo añade que al señor
Claus le vendría bien formar parte de su equipo de fútbol: los Mustangs de
Cárdiff. Qué razón tienen los dos. Todavía me acuerdo de cuando Castorino me
contó en consulta que empezaban a verse casos híbridos a medio camino entre la
uno y la dos. No sé si lo digo bien, ella me decía que estaban viendo más y más
casos de diabetes tipo uno desarrollando resistencias a la insulina propias de
la tipo dos. Vaya lío, chaval. Yo llevo tres meses sin hacer nasti de palsti de
ejercicio… como para preocuparse ya, créanme. En mi familia son todos
deportistas, mis padres, mis hermanos, el Bra y mis hijos, y yo en los últimos
años he sido bastante activa, pese a pequeños altibajos. Hoy he corrido cinco
kilómetros, vuelta a empezar y no les digo más. Ya ven que aquí empieza la
enajenación del post: 189 palabras y no he dicho nada de nada todavía.
Mi diabetes, por
mucho que me rebele, reacciona fantásticamente a los tres componentes básicos...
más uno; a) medicación y visitas a mis médicos; b) nutrición; c) ejercicio; y ahora
también, c) tecnología (el más uno). Cuando los tengo todos bajo control, la vida
es bella y marcha bien. Ahora mismo estoy metida en medicaciones y visitas a
mis médicos. Mi ginecóloga me ha diagnosticado con un desequilibrio hormonal…
váyase usted a saber. Me ha recetado la píldora ¡válgame Dios! y se ha quedado
tan a gusto. Yo también me he quedado así, la verdad, y ahora cada noche me
trago, con mi botella de agua, la melatonina, el lexapro, la píldora de la
alergia y la píldora de las hormonas. Soy una pastillera en toda la regla (de
regla va el asunto, ya ven que al final acabamos por encontrarnos), de aquí al
“polígano” un trecho, como del dicho al hecho. ¿Enajenación, decíamos?
Otro de mis puntos
de salud es mi ojo. ¿Recuerdan la historia del ojo? Pues volví al retinólogo y
me dijo que no había tutía, que el edema macular seguía su curso y había que
tratarlo. Va a pincharme la medicación anti-VEGF (así creo que se llama). Top of the line según Mozayan. Yo le
pregunté tímidamente cuánto dolía eso y él me dijo que nada, así que me he
quedado más tranquila. También me han dicho mis estudiantes, a cuyas abuelas se
lo han hecho, que el procedimiento es indoloro (imaginen mi clase hablando del
asunto, la terapia de grupo perfecta). Al médico también le dije que tendría
que ponerme la inyección ocular con una mano, porque la otra tendría que
dármela a mí, la cagueta number one. Al Bra, que tiene experiencia desmayándose
en momentos de trauma médico le he prohibido que venga, así que alguien tiene
que encargarse de calmar la ansiedad de la paciente y si no hay ayudante o
enfermera, sólo me queda el Dr. Mozayan para eso. Yo por mi parte ya he
visionado al perro lazarillo perfecto que adoptaré en el futuro, se llamará
Canelo y será un perruzo con tres patas, pequeñajo pero sin patada (odio a los "perros-patá"); leal,
maloliente y de los que se quieren con el alma. Lo llevaré al lado izquierdo
para cubrir lo que no vea mi maldito ojo enfermo.
Del ejercicio ya les
he hablado y saben, si leen mi rollo bloguero, que lo practico como puedo. De
nutrición sin embargo, les he hablado sólo un poquito. Yo sé que este es un tema medio
polémico en España: ¿hidratos sí o hidratos no en diabetes? Pues yo no tengo la
respuesta, pero sí les cuento que yo tengo a los hidratos mirados con lupa.
Intento comer poquitos, porque lo cierto es que cuanto más hidratos zampo, más
difícil me resulta manejar la insulina que me pongo, más ocasión de error tengo
y más desequilibrio en mis curvas aparecen. Los hidratos que como, los elijo con
lupa y los reservo para frutas, verduras y legumbres. Como lentejas cada
domingo, aunque a mis hijos les toca las narices lo de “otra vez lentejas”. Las
preparo con poca grasa, normalmente con pollo, y verduras con poca carga de
hidrato (coliflor, cebolla, tomate, brócoli, etc.) A mí me saben a gloria, y al
Bra también y sospecho que a mis hijos, pese a las quejas, les gustan también.
Y si no, ya saben “hay lentejas, si quieres las comes y si no las dejas”.
Del componente “más
uno” ya les he hablado mucho, mi páncreas, mi bendito páncreas y mi bendita
obsesión por él. Recientemente leía a este señor ... -¿cómo se llama? no me acuerdo- que nos llamaba obsesivos a
nosotros, los que montamos nuestro páncreas artificial. Y yo pensé, -pues tiene
razón-, yo estoy obsesionada, y lo estoy desde el día uno en que lo monté,
porque no concibo que esto lo tengamos solo 40 personas en España, que no esté
al alcance de todos. Porque mi vida ha mejorado en un 200%, y porque mi salud, mi
tranquilidad y mi felicidad ahora son mucho mayores. Porque cuando lo monté un 22 de octubre, sentí que tenía que contarle al mundo lo que estaba viviendo. Porque la diabetes duele,
y el páncreas mitiga el dolor. Porque mi ojo ha tardado 38 años en explotar, y
sé que si hubiera tenido mi páncreas hace 38, tardaría 40 más en decir
esta-boca-es-mía. Y el jueves próximo me lo pincharán y yo seguiré tranquila
confiando en mi algoritmo mágico. Y yo estoy
obsesionada. Y mañana corro otra vez, y el domingo hay lentejas y a Santa Claus le pongo una manzana y tres fresas. Obsesionada, enajenada,
obsesionada, sí, obsesionada.