Thursday, June 1, 2017

Post 36 ó 37. Me siento tan bien que me voy a arrancar el hombro.

Mi Diabetes va como la seda, suavecita y en números ótpimos. Miren aquí abajo mis últimas dos semanas.
Ya estoy de vacaciones y aunque todavía estoy trabajando algo, lo hago desde casa y estoy comiendo tranquila, sin estreses y con mi reto de 10.000 pasos al día. Además corro a diario, lo que me hace sentir todavía mejor. No corro mucho, 3 millas diarias (algo menos de 5 km), despacito, pero suficiente para sudar un poco y evadir estrés. Me siento francamente bien y estoy durmiendo como un bebé.

¿Y por qué el problema del hombro? Pues porque no quiero romper la buena racha. Hace ya diez años empecé con un dolor terrible en el hombro que me dejaba tonta. No podía ni levantarlo, así, que como mujer responsable que soy (ya les he dicho, ¿no?) fui al traumatólogo de mi pueblo. El traumatólogo ni corto ni perezoso me dijo que tenía una tendinitis en el maguito de los rotadores y que me iba a poner una inyección de cortisona. A continuación sacó un jeringón que parecía la espada de Darth Vader y me la clavó cual banderilla de corrida en el hombro. ¡Santo niño de Atocha lo que duele eso! Se me hizo eterno, les confieso, pero también es verdad que a los tres minutos mi hombro aguantaba que el brazo subiera sin dolor y yo vi la luz, primero las estrellas y luego la luz. Miren si soy animal, que cuando llamé a mi padre para contarle lo que me pasaba le dije que se me había rotado el manguito del hombro y por eso tenía tendinitis. Se quedó callado un momento, luego se deshuevó de risa y por último me dijo que me preparara para una subida de glucemias. Lo que no me dijo fue que esa subida me tendría casi en cama una semana. (Tendinitis en el manguito de los rotadores ≠ tendinitis por rotación del manguito del hombro).

La cortisona me destrozó. Durante aproximadamente tres días estuve en un casi 400 mantenido. Les juro que yo ponía y ponía insulina, y no comía nada y aquéllo no bajaba. El resto de la semana estuve al menos en 200 de mínimo. Lo peor fue que a los dos años tuvieron que volver a pincharme, en el otro hombro. Para este momento me dupliqué las basales y aun así, sufrí unas glucemias aberrantes.

La tercera vez que me ocurrió, fue en el hombro número 1, en el que Darth Vader había clavado su espada. Estaba embarazada y me negué a que me pusieran la cortisona, habría sido terrible para el feto si hubiera tenido que pasar por eso. Además, con el tema de las hormonas del embarazo y la extra-sensibilidad le monté una pataleta al pobre médico en la consulta de las de no volver por allí nunca más por vengüenza (pataleta no, pero un poco de llanto sí, ya saben, la historia de la mamá que ya no puede con la vida y tiene un hombro chungo). El hombre se apiadó de mí y me mandó a fisioterapia para tratar de ayudarme un poco con el dolor, pero cuando terminé con el embarazo me volví a ver cara a cara con el jeringazo. Esta vez me pusieron sólo media dosis tratando de evitar la resistencia a la insulina que provoca la cortisona. Me alivió un tiempo, pero saben qué, estamos en las mismas.

Desde que me mudé a Encinitas empecé una clase de yoga que hago dos veces por semana con mis hijos. En clase soy una inválida porque el lado derecho superior de mi cuerpo no puede hacer na de na. Me cuesta hasta escribir en la pizarra, no les digo más, y no hago más que evitar el maldito viaje a la consulta de traumatología. Yo sé que tengo que encontrar un médico en el que confíar, que tome el caso en sus manos y se rompa la cabeza para encontrarle una solución a mis hombros, sobre todo al derecho, que me está matando. O mejor, voy a usar la técnica del Bra para arrancarle los dientes de leche que se le mueven a su hija: le ata un hilo, lo pega al proyectil de la pistola de la piscina (el hilo) y después dispara. El diente sale disparado. Cuando vuelva el Bra de trabajar esta tarde le digo que saque la pistola de juguete y me ato la cuerda al brazo. Y sanseacabó, la rotación del manguito arreglada.

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